El Señor lleva tiempo tratando conmigo, y últimamente me ha estado hablando de humildad.
Empezó con Job con los últimos tres capítulos cuando le dice a Job siéntate que ahora que voy a hablar yo.
Me di cuenta de lo pequeño que soy, que no soy nada y que a veces me siento en disposición de demandar del Señor respuestas y de altercar con el olvidándome que no soy nada…
Seguro que Job empezó el diálogo hinchado, sintiéndose muy grande y lo terminó viéndose y sintiéndose muy pequeño, primero con voz fuerte y luego con voz flojita jajaj y así me sentí yo al leer las preguntas que Dios le hacía a Job
«¿Dónde estabas tu cuando yo fundaba la tierra?«
«¿Quién ordenó sus medidas, si, lo sabes?»
madre mía yo con esas dos preguntas tuve suficiente y Job tuvo bastantes más, cuatro capítulos enteros de preguntas aplastantes.
Después el Señor me habló con Nabucodonosor y con el hijo pródigo, me habló de las consecuencias del orgullo, vemos como acabó Nabucodonosor: como las bestias del campo comiendo Hierba. Y como acabó el hijo pródigo: cuidando cerdos con todas las connotaciones que eso tiene para un judío.
En la última fase y después de leer la escena que podemos encontrar en el evangelio de Juan en la que Jesús lavó los pies de los discípulos, la cosa se ha hecho si cabe más profunda.
«Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.»
Juan 13:1
«Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase,»
Juan 13:2
«sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba,»
Juan 13:3
«se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.»
Juan 13:4
«Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.»
Juan 13:5
«Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?»
Juan 13:6
«Respondió Jesús y le dijo: lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.»
Juan 13:7
«Pedro le dijo: no me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: si no te lavare, no tendrás parte conmigo.»
Juan 13:8
«Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.»
Juan 13:9
«Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.»
Juan 13:10
«Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.»
Juan 13:11
«Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?»
Juan 13:12
«Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy.»
Juan 13:13
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.»
Juan 13:14
«Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.»
Juan 13:15
«De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.»
Juan 13:16
«Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.»
Juan 13:17
«No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar.»
Juan 13:18
«Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy.»
Juan 13:19
«De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.»
Juan 13:20
«Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar.»
Juan 13:21
«Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba.»
Juan 13:22
«Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús.»
Juan 13:23
«A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba.»
Juan 13:24
«El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?»
Juan 13:25
«Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón.»
Juan 13:26
«Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto.»
Juan 13:27
«Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto.»
Juan 13:28
«Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres.»
Juan 13:29
«Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche.»
Juan 13:30
«Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él.»
Juan 13:31
«Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará.»
Juan 13:32
«Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.»
Juan 13:33
«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.»
Juan 13:34
«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.»
Juan 13:35
«Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después.»
Juan 13:36
«Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti.»
Juan 13:37
«Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.»
Juan 13:38
UNA CUESTIÓN DE IDENTIDAD
La importancia de tener clara la identidad
En el primer versículo y en el segundo se repite una palabra, sabiendo.
En el primer versículo dice que Jesús sabía que su hora había llegado y en el segundo dice que sabía tres cosas: que el padre había entregado en sus manos todas las cosas, que había salido de Dios y que a Dios iba, ¿de qué nos habla esto?: de identidad.
Podemos ver a lo largo de todos los evangelios como Jesús tenía meridianamente claro quién era su Padre, cuál era el trabajo que tenía que realizar y quién era él mismo.
Si yo cojo a cualquiera en la calle y le pregunto qué es, seguramente me responda con su trabajo y a lo que se dedica.
Si le pregunto a un gran amigo mío que se llama William que se dedica a enseñar en una academia de inglés, por ejemplo, me dirá que es profesor de inglés.
Un poco diferente será si le pregunto ¿quién es? entonces la pregunta se complica un poco pero seguramente me dirá su nombre y probablemente sus apellidos.
Yo durante un montón de tiempo he tenido una grave crisis de identidad, no encontraba mi sitio.
Siempre he sido el hijo de mi padre que se llama Pedro Pablo, el hijo de Joanna, mi madre, el sobrino de Rody, mi tío, y últimamente más que nunca, y sobre todo en el seminario, el nieto de Loyola, lo cual es para mi un honor la verdad.
Parece que nadie sabe como me llamo, ¡Jonathan!. ¡Nunca he sido yo!, nunca se me ha conocido a mi como individuo, quizá porque la gente que me rodea es demasiado brillante, y eso es un motivo de gozo extremo para mi. Que quede claro que no me causa problemas, pero casi nunca delante de la gente he tenido una identidad propia.
A Jesús no le pasaba esto, como he dicho antes tenía bien definida su identidad, sabía de donde venía y sabía a donde iba.
En el Congreso Nacional de la Federación de Asambleas de Dios de España (Fade) asistí al taller que magistralmente dio Marcos Zapata sobre orientación sexual.
En el, dijo muchas cosas que llamaron mi atención pero en relación con la identidad dijo que ésta se forma en la etapa de la adolescencia y que una vez que se forma, es terriblemente difícil cambiarla.
Solamente se logra a través de un proceso largo y tedioso y con la ayuda de profesionales muy cualificados.
Es justamente por eso, que es tan complicado trabajar con adolescentes que han aceptado que su identidad es la de un homosexual.
¡Que importante es que nosotros como siervos de Cristo, pastores algunos, algunos misioneros, otros maestros, obreros… en fin, todo lo que quiera el Señor que seas, tengamos bien clara y definida nuestra identidad!
La sociedad en términos generales, es lo que está pidiendo a gritos.
El mundo necesita desesperadamente una Iglesia que sepa de donde ha salido, cuál es su fuente, cuáles son sus cimientos, su fundamento. Que camine firmemente porque sabe muy bien hacia donde va, y cuál es la meta.
Cuando uno tiene un encuentro con Jesucristo recibe una identidad nueva, visible, evidente y manifiesta.
Paul Washer en uno de sus mensajes dice que tener un encuentro con Cristo es como si te atropellase un camión.
Si cuentas que ha atropellado un camión de varias toneladas, te ha pasado por encima y no te ha hecho nada, y no tienes ninguna marca… una de dos, o estás mintiendo, o estás loco.
Igual es encontrarse con el Salvador, tiene que haber cambio, señal evidente.
Os podría poner mil ejemplos de esto pero os recordaré a Jacob cuando luchó con el ángel.
Dios le dio un nombre nuevo, dejó de llamarse Jacob, para llamarse Israel y no sólo eso, le quedó una cojera, una evidencia física de ese encuentro con Dios mismo.
Así que como creyentes que somos es importante que tengamos clara nuestra identidad en Cristo, qué es lo que somos, a quién representamos y hacia dónde vamos.
Lo que te permite hacer el tener clara tu identidad
En el versículo 4 del capítulo 13, dice que Jesús se levantó de la cena, se quitó su manto y tomando una toalla, se la ciñó.
Sólo si tienes bien clara tu identidad estás en disposición de quitarte el manto, las vestiduras que te has puesto de cara a la gente, lo que constituye tu identidad, lo que dices que eres, y ceñirte con la toalla del siervo.
Lo repito otra vez: sólo si tienes perfectamente establecida tu identidad, eres capaz de quitarte el manto, las vestiduras que te has puesto de cara a la gente y ceñirte con la toalla del siervo, y déjame recordarte una cosa, nuestra identidad, es Cristo!
Un claro ejemplo lo tenemos en Pablo en la epístola a los Filipenses donde vemos que se despojó de su manto, de su identidad antigua para vestirse de Cristo, para ceñirse con la toalla del siervo.
Podemos leerlo en Filipenses 3:5-10:
«circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo;»
Filipenses 3:5
«en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.»
Filipenses 3:6
«Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.»
Filipenses 3:7
«Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,»
Filipenses 3:8
«y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;»
Filipenses 3:9
«a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,»
Filipenses 3:10
«si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.»
Filipenses 3:11
«No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.»
Filipenses 3:12
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,»
Filipenses 3:13
«prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.»
Filipenses 3:14
De toda la enseñanza que se puede sacar de este texto yo me quedaré con el hombre que ha desestimado sus vestiduras, sus propios méritos para vestirse de Cristo.
Con el Pablo que tenía clara su identidad.
Sólo si has tenido un encuentro con Cristo y el te ha dado una identidad nueva en la que estás firme, puedes despojarte de tus vestiduras antiguas y ceñirte con la toalla del siervo.
Bien, esto nos introduce de lleno en el segundo aspecto:
LA LECCIÓN DEL MAESTRO
Bajo mi punto de vista, toda esa escena comprende una lección magistral de Jesús, como lo son todas las suyas, pero esta, específicamente de amor y de servicio.
En este punto, los discípulos llevaban tres años con Jesús aprendiendo lecciones que la mayoría de las veces no entendían.
Como no, el protagonista de esta parte es Pedro, tan estupendo, tan impulsivo, con tanto que aprender, tan parecido a nosotros.
Me imagino el diálogo entre Jesús y Pedro cuando Jesús le fue a lavar los pies:
«nonono, tu mi maestro no me lavas los pies, haciendo un trabajo de esclavo, ni hablar»
y Jesús pacientemente diciéndole:
«Pedrito, Pedrito, mira, es que si no te lavo los pies no tienes parte conmigo»
y Pedro:
«pero hombre, haber empezado por ahí, si lo llego a saber, entonces no me laves los pies, lávame todo el cuerpo, las manos, la cabeza… ¡todo!.»
Aunque finalmente accedió, como podemos ver en el versículo 7, no lo comprendió en ese momento.
Mientras meditaba en esto, recordé otra ocasión dónde Jesús le vuelve a enseñar a Pedro otra increíble lección de amor y de servicio, además de otras muchas cosas. Esto está en Juan 21 cuando Jesús se aparece a siete de sus discípulos.
Aquí tenemos a Pedro con una profunda crisis de identidad.
Habían matado a su maestro, se había quedado sin comprender muchas de las lecciones y por si fuera poco había negado públicamente que había tenido relación con él.
Me llama la atención que estaba pescando pero se había despojado de la ropa. Como pescador supongo que estaría mucho más cómodo sin su manto, manto que como a un discípulo no le molestaba en absoluto.
La ropa muchas veces nos delata. Delata nuestra forma de ser, de sentir y habla mucho de la gente.
Cuando tú ves a un policía por la calle sabes que lo es por el uniforme, o a un Bombero, por ejemplo.
Bueno pues Pedro había perdido su identidad para volver a su identidad anterior, un pescador.
Pero dice que cuando Juan le dijo: «mira, es el Señor», Pedro se ciñó la ropa y se echó al mar.
Vamos a ver, piensa por un momento en esto: ¿se vistió para tirarse al mar? esto es un poco incoherente.
Cuando tu vas a la piscina o a la playa, te quitas la ropa, y (espero que por lo menos te dejes un bañador), después te tiras al agua, pero no te vistes para tirarte al agua.
Seguramente esto tiene una explicación que yo no sé, pero me gusta pensar que al ver al maestro su identidad volvió a tener sentido y cuando llegó a la playa, Jesús se encargó de repetirle la lección de amor y de servicio.
Se encargó de ceñirle con la toalla del siervo, porque ese era el atuendo del esclavo, del siervo, del discípulo que el tenía que ser, del pescador de hombres que había de llegar a ser
Por eso he titulado este pensamiento: ¿A LA PLAYA SIN TOALLA? ¡DE NINGUNA MANERA!.
«Pedro, ¿Me amas?»
«Si Señor, tu sabes que te amo; apacienta mis corderos»
«Pedro, ¿me amas?»
«Si Señor, tu sabes que te amo; apacienta mis ovejas»
«Pedro, ¿me amas?»
«Si Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te amo; apacienta mis ovejas».
Una lección de amor porque en ese mismo momento le estaba diciendo: «perdono tu traición, te lavo los pies aunque me hayas traicionado», y de servicio porque las tres veces le dijo: «apacienta mis ovejas, cuida de mis hijos por amor de mi nombre, entrégate al cuidado de mis corderos».
Yo no se si en ese momento entendió esta, o la lección de lavarse los pies los unos a los otros, pero sea como sea esto me habla de la importancia de estar bien atento a las lecciones de Cristo, y de permanecer como María, la hermana de Marta, a su pies escuchando lo que Cristo tiene que enseñarnos.
¿Cuantas veces no nos habremos perdido sus lecciones por estar afanados con nuestros quehaceres? o ¿Por habernos despojado de la identidad que tenemos en él?
Enfócate en Cristo, céntrate en estar a los pies del Maestro.
Tercer aspecto:
Poner las lecciones en práctica, que es lo que nos toca
Si hay una oración en todo este pasaje que me cautivó desde el principio, es esta, que se encuentra en el versículo 1:
«[…] como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin».
Juan 13:1
Cuando Jesús lavó los pies de sus discípulos también se los lavó a Judas.
Muchas veces queremos servir al Señor pero nos olvidamos de sus enseñanzas y nos olvidamos también de lo que servirle a Él implica.
Implica renunciar a uno mismo y entre otras cosas amar a tus enemigos, a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo.
Pero nosotros, o por lo menos yo, al primero que me vuelve la cara o me contraría le saco los pies del lebrillo y le digo: «¡Te los lavas tú guapo!»
Y es que así somos, es muy fácil amar a los que nos aman y nos tratan con cariño y nos reconocen y nos adulan, pero que complicado es amar al que te hiere, sólo se puede a través del amor de Cristo.
Yo desde pequeño he sido malísimo jugando al fútbol, pero malo, bueno en general a casi todos los deportes he sido terrible.
Era de esos niños a los que siempre piden al final cuando están haciendo los equipos, y siempre se ponen de porteros porque nadie quiere jugar de portero.
Todo el mundo, todos los chavales, mis compañeros de clase y en general los chicos que había en el patio, jugaban al fútbol, a los cromos y todas esas cosas, así que terminé aprendiendo sus reglas y conociendo todos los equipos y jugadores.
Claro, cuando terminó el colegio y definí bien mi identidad, un poco después de la pubertad, el fútbol me dejó de interesar… pero os hago una pregunta: «¿El hecho de que conociese las normas me convertía en un jugador?», o mejor dicho: «¿En uno bueno?»
Definitivamente no.
Tenemos que poner en práctica las lecciones que hemos aprendido del maestro.
Debemos ser oidores y hacedores.
Quizá sería una buena forma de empezar a aplicar lo que hemos oído lavándole los pies, (simbólicamente, claro) a alguien que te haya ofendido, o quizá, más sutil todavía, a alguien que simplemente no te cae bien.
Que el Señor nos ayude a afianzar nuestra identidad, a enfocarnos en Cristo y en sus enseñanzas, así como a ponerlas en práctica, a ser discípulos eficaces porque sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Me gustaría terminar con un poema…
HAZME UN DISCÍPULO TUYO
Señor hazme un discípulo tuyo
Que quiero que en la tormenta,
cuando mi vida sacudida
esté anegada por las lágrimas,
Tu seas el capitán amante
de ésta humilde barca
y dirijas el timón de mi fe,
para conducirme paciente hacia la calma.
Señor hazme un discípulo tuyo,
que prometo no afanarme,
ni turbarme con las ambiciones de la vida
si en mis moradas
la mesa está aderezada
con el sazón de tu alegría,
si mi mesa está llena de sustancia,
saturada, de tu palabra viva.
Señor hazme un discípulo tuyo,
que cuando hiedan las heridas
y mi alma lleve cuatro días
enterrada en el sepulcro de la prueba,
llores de compasión ante mi tumba
y me desates las vendas
para descubrir un sudario
empapado en llanto de esperanza.
Señor hazme un discípulo tuyo
que quiero asirme de tus vestiduras
para así saberme sano
y caminar bajo la sombra
de la virtud que desprende tu manto.
Señor hazme un discípulo tuyo
que quiero esperar en la hierba fresca
a que después de haber dado gracias,
haber partido el pan,
haber multiplicado los dones y los peces,
Me pastorees junto a aguas de reposo,
en delicados pastos me confortes y alimentes.
Señor hazme un discípulo tuyo
que quiero recostar mi cabeza
junto a tu pecho
y llenar mi aljaba de pan seco
sabiéndome tu discípulo amado,
mientras me lavas el alma
Y me ciñes con la toalla del siervo.
– Jonathan Reus –