No es hora de lamentarse. Es tiempo de edificar

02
Mar
No es hora de lamentarse, es tiempo de edificar

Hace unos días, hablaban en el telediario sobre la reconstrucción de Haití, tras el terremoto sufrido en Enero de 2010.

Haití sufrió el peor terremoto desde 1770.

Un sismo de 7 grados en la escala Richter que destruyó el país por completo y que afectó especialmente a su capital, Puerto Príncipe…

Ya de por si, Haití no era un país muy próspero. Las cifras de pobreza son cuando menos asombrosas.

El 80% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y más del 50% vive en una situación de pobreza extrema convirtiendo a este país en el más pobre de Latinoamérica y el tercero más pobre del mundo.

Hace tres años tuve la oportunidad de estar en un pueblo de la frontera con República Dominicana y os aseguro que nunca había visto nada igual, miseria es poco, así que no me puedo ni imaginar cómo estaría todo en ese momento.

Tras el terremoto se derrumbaron todas las comunicaciones, escuelas, la mayoría de los hospitales, todas las instalaciones públicas, la sede de Naciones Unidas, y hasta gran parte del palacio presidencial.

La situación fue de caos absoluto, de desesperación y de desastre total.

El puerto marítimo colapsó y quedó inutilizado, la torre de control del aeropuerto se derrumbó y así, en cualquier sitio donde enfocaban las cámaras, sólo se veía muerte y destrucción.

La ONU dijo que era la peor catástrofe natural y humanitaria que había tenido que enfrentar.

Los videos que se pueden ver en internet son espeluznantes.

Hay imágenes de miles y miles de cadáveres tirados por las calles y montones de gentes corriendo sin rumbo, llenos de polvo y buscando ayuda.

Se calcula que en total murieron más de 150.000 personas y todavía hay gente desaparecida.

Me llamó mucho la atención la entrevista que le hicieron a un médico Haitiano ese mismo día que vivía en Miami y se estaba yendo a su país para ayudar a sus compatriotas.

De toda la entrevista me quedo con una frase. Este hombre dijo un par de veces: «¡No es hora de lamentarse, es hora de edificar!» Y así he titulado el mensaje de esta mañana.

El mensaje que el Señor ha puesto en mi corazón para compartir con vosotros esta mañana altera un poco mi forma de predicar.

No sé si os habréis dado cuenta pero yo suelo empezar los mensajes con una introducción, leyendo el texto que voy a exponer y analizándolo un poco en profundidad, esta forma de predicar es expositiva.

Si bien el mensaje de esta mañana también va a ser expositivo, porque voy a leer una serie de textos de los que voy a extraer los principios fundamentales que os quiero compartir, no será fundamentalmente expositivo sino temático.

El motivo es la longitud del texto que trata sobre el tema que os quiero compartir:


EL REGRESO DE LA CAUTIVIDAD

Cuando leía sobre el regreso de Zorobabel de Esdras y de Nehemías a Jerusalén, su tierra, que había sido devastada por Nabucodonosor, no podía quitarme de la mente las imágenes de Haití.

Si os fijáis en el Antiguo Testamento se nos describe, además de otras muchas cosas, la historia del pueblo de Israel de la que se pueden diferenciar varias etapas, concretamente siete.

1. Los patriarcas

Su precursor o fundador, de Israel, fue Abraham al que Dios llamó.

Le prometió que haría de él una nación grande.

A Abraham le sigue Isaac y a Isaac Jacob que es el padre de los doce dirigentes que le dan nombre a las doce tribus de Israel.

La etapa de los patriarcas concluye con José en Egipto donde empieza a gestarse Israel como nación.

2. Moisés y el Éxodo

En un principio José era apreciado en Egipto y sus hermanos también, pero cuando murieron él y los dirigentes del país que eran contemporáneos, por cuestiones diversas, se olvidaron de la buena relación que había entre egipcios y hebreos y esclavizaron al pueblo.

En este tiempo Dios escuchó su clamor y levantó a Moisés, que fue el dirigente bajo el cual el pueblo Hebreo fue liberado de la esclavitud y que condujo al pueblo durante cuarenta años por el desierto.

Allí, este pueblo fue constituido como nación con una identidad y estructura política y evidentemente religiosa.

3. La toma de la tierra

Después de Moisés, Dios levantó a Josué, que fue el dirigente con el cual el pueblo de Israel tomó posesión de la tierra que le había sido prometida a Abraham y que llevó a cabo el reparto de la misma entre las doce tribus.

4. Los jueces

Después tenemos la etapa de los Jueces, una etapa oscura a nivel espiritual en la que el pueblo de Israel se olvidaba de su Dios, se arrepentía y se volvía a olvidar y que estaba gobernado por Jueces (Sansón, Débora y Samuel), de ahí el nombre de la etapa

5. Los Reyes

La etapa que sigue a la de los jueces es la de los reyes.

El pueblo cometiendo un grave error pidió Rey que les gobernara, desestimando el señorío y el gobierno de Dios porque veían que los pueblos de alrededor tenían rey y ellos querían también, sin comprender que ellos no eran una nación como todas las demás.

En esta etapa se produce la ruptura de Israel como nación y el país queda dividido en dos, el reino del norte, Israel, y el reino del sur, Judá formado por la tribu de Benjamín y de Judá.

Esta etapa de la monarquía hebrea está recogida en los libros de Samuel, Crónicas y Reyes.

El primer Rey fue Saúl y el último Sedequías de Judá.

6. La cautividad

A continuación viene el cautiverio que se da en dos fases.

El último rey de Judá, Sedequías es llevado cautivo junto con las familias más representativas de Judá después de haber sido torturado por intentar revelarse contra el imperio babilónico.

La cautividad que empieza con Sedequías y Babilonia duró setenta años y durante este tiempo los profetas como Jeremías, Ezequiel y Daniel, jugaron un papel fundamental en la continuación de Israel como nación con unas señas de identidad definidas a pesar del cautiverio.

7. La vuelta del cautiverio

Los acontecimientos que se dieron y todo lo que pasó cuando el pueblo de Israel volvió de la cautividad se encuentran básicamente en cinco libros de la Biblia: Esdras, Hageo, Zacarías, Ester y Nehemías, en ese orden.

La lectura de este hecho histórico se complica porque en nuestras Biblias está descolocado, pero después de investigar, creo firmemente que ese es el orden cronológico, y no sólo lo creo yo, también lo cree mucha gente mucho más inteligente que yo.

La vuelta del cautiverio se dio en tres etapas con tres dirigentes destacados que son Zorobabel en la primera, Esdras en la segunda y Nehemías en la tercera.

Si bien hay mucho que predicar sobre este tema y hay mucho que decir al respecto de cada uno de los cinco libros, lo que más ha llamado mi atención ha sido el orden de reconstrucción y sobre el os hablaré.

Lo primero que vamos a hacer es identificar lo que representan las dos cosas que se narra que se reconstruyeron en estos libros para nosotros hoy en día.

De lo segundo que vamos a hablar es de los motivos de la destrucción.

Lo tercero, es el orden de reconstrucción y en cuarto lugar, la oposición que el pueblo experimentó al intentar levantarse.


El Templo, la ciudad y nosotros

EL TEMPLO, LA CIUDAD Y NOSOTROS

Según se nos relata en el segundo libro de crónicas, cuando el Rey de Babilonia entró en Jerusalén, mató a la gente que servía en el templo, se llevó los utensilios que se empleaban para el culto, quemó el templo y rompió el muro, quemó los palacios y las casas, o sea, que destruyó la ciudad.

Jerusalén se quedó como Haití después del terremoto.

El templo

La primera cosa que se reconstruyó en Jerusalén con la que nos identificamos, es el templo.

Tú y yo somos templo, somos la habitación del Espíritu, el templo representa a nuestro cuerpo y no lo digo yo, lo dice la escritura.

«Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Juan 2:19

«Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?»

Juan 2:20

«Mas él hablaba del templo de su cuerpo.»

Juan 2:21

«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?»

1 Corintios 3:16

«Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.»

1 Corintios 3:17

«¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?»

1 Corintios 6:19

O sea, que somos templo y el Espíritu de Dios mora en nosotros, el Dios trino mora en nosotros a través del sacrificio de Jesucristo al igual que moraba en el templo de Jerusalén en los tiempos del Antiguo Testamento.

El mensaje de esta mañana es una exhortación para personas, templos del Espíritu Santo que sientan que han sido derribados, destruidos, quemados, y el mensaje es este: «no es hora de lamentarse, es hora de levantarse y reconstruir».

La ciudad

La ciudad, que era la capital del reino de Judá y que contenía el templo, que los Babilonios destruyeron impunemente, era Jerusalén.

En nuestros días, esta ciudad es conocida como la ciudad Santa pero ya en los días de Esdras, Jerusalén tenía esta connotación de Santidad para los Judíos porque era el centro religioso y porque era la ciudad que había escogido el Dios Altísimo para establecer su morada en su Santo Templo.

Pero ¿Qué representa Jerusalén? Jerusalén a lo largo del Antiguo testamento es representada como la esposa de Dios, su novia y por lo tanto, Jerusalén representa a la Iglesia, a la novia cuya cabeza es Cristo, la esposa cuyo marido es Dios.

Una vez más, no lo digo yo, lo dicen las Escrituras:

En el libro de Oseas, se dibuja a Jerusalén como una esposa infiel y la forma que Dios tiene de hacérselo ver al pueblo es bastante explícita.

Dios manda a Oseas que se case con una prostituta, para representar las infidelidades de Jerusalén su esposa con su esposo, Jehová.

«Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada.»

Jeremías 2:2

«Porque como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, y como a la esposa de la juventud que es repudiada, dijo el Dios tuyo:»

Isaías 54:6

«Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias.»

Isaías 54:7

Recordemos, que ese «breve momento» fueron 70 años.

«Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá, (Mi deleite está en ella) y tu tierra, Beula; (desposada) porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada.»

Isaías 62:4

«Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo.»

Isaías 62:5

Así pues este mensaje también es un mensaje para la Iglesia que se encuentra en ruinas, derribada.

Esta iglesia no tiene necesariamente que ser esta iglesia local, sino que es un mensaje para la Iglesia en general.

Estamos viviendo tiempos duros para la Iglesia: en lo económico, en lo moral, en lo intelectual y por muchos frentes los muros de la Iglesia han sido derribados.

Con falsa doctrina, con pecado, con ataques feroces: pero no es hora de lamentarse, es hora de que la Iglesia se levante como un cuerpo a reconstruir.

Así que tenemos dos cosas: el templo, que nos representa a nosotros y la ciudad, Jerusalén, que representa a la Iglesia.

No podemos reconstruir la ciudad si no hemos empezado por el templo, es decir, no podemos reconstruir la Iglesia si nosotros estamos derribados.

Tenemos que empezar la obra a nivel personal y este es parte del orden del que os hablaré después.

Pero ¿Cuáles fueron las causas de la destrucción? El cautiverio.

Pero ¿porqué dejó Dios que un pueblo pagano como eran los Babilonios llevasen a su pueblo en cautividad?

La respuesta es sencilla y es en realidad la causa última y responsable de la destrucción; el pecado.


El pecado. Causa de cautiverio y destrucción

LA CAUSA DEL CAUTIVERIO Y LA DESTRUCCIÓN

El pecado

En cuanto al pecado que produjo el cautiverio, se nos habla de varios pecados diferentes, no de uno específico.

Los libros que los relatan son: Jeremías2 Reyes 212 de Crónicas y por último en Zacarías 78.

En todos ellos podemos encontrar idolatría, falta de misericordia, falso testimonio, mentira, pero todos ellos se podrían resumir en una palabra: desobediencia.

Hicieron todas las cosas que Dios les había ordenado que no hicieran.

Una y otra vez desde que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto, Dios les promete bendición si son obedientes.

Sólo tenían que hacer una cosa, obedecer la ley, pero no fueron capaces, y no sólo no fueron capaces sino que fueron contumaces y tozudos para hacer el mal, es decir cabezotas.

¿Pero cómo somos nosotros?

El pecado siempre tiene consecuencias

El pecado siempre tiene consecuencias.

En el Segundo libro de Reyes, en el capítulo 21 se nos habla de Manasés Rey de Judá.

Dice que volvió a reconstruir los altares de los dioses paganos, que metió una imagen de Asera en el templo de Dios y que pervirtió y torció los caminos de todo el pueblo.

Dice textualmente que se Excedió en hacer lo malo ante los ojos de Jehová.

Esta fue la gota que colmó el vaso.

Hasta este momento, Dios había sido clemente y misericordioso pero llegó a su límite y decretó el cautiverio.

Cuando en el libro de Crónicas se nos habla de Manasés, nos dice que estando él encarcelado se arrepintió sinceramente delante de Jehová, oró y fue perdonado, pero aún así, su pecado tuvo sus consecuencias.

Con todo y que Dios lo perdonó, cumplió con su decisión última de llevar cautivo al pueblo de Israel.

Hace no mucho, os hablé de Jonás, de cómo huyó pecando cuando Dios le llamó para ir a predicar a Nínive y que las consecuencias de su pecado no sólo las vivió él, sino también los marineros que tuvieron que sufrir la tormenta junto con él.

Hermanos, así es el pecado.

Siempre tiene consecuencias, pero si uno persiste en el pecado te conviertes en cautivo de él, o mejor dicho, Dios deja que el pecado te lleve cautivo y la consecuencia última siempre es la destrucción.

No es hora de lamentarse por el pecado, Es hora de arrepentirse delante de Dios.

Si el pecado te ha cautivado o si estás luchando con ello o si ya estás destruido, es hora de arrepentirse, ponerse a cuentas con Dios y empezar la reconstrucción.

No dejes que tu vida pase ni un minuto más en ruinas.


El orden de reconstrucción

EL ORDEN DE RECONSTRUCCIÓN

El orden de reconstrucción me llamó mucho la atención.

La reconstrucción se inició con Zorobabel cuando el primer grupo de liberados llegó a Jerusalén.

Cuando leía estos textos pensaba que estos constructores habían sido un poco ignorantes.

Lo primero que yo habría hecho sería construir unas buenas murallas y después todo lo que quedaba dentro, las pareces del templo y por último las cosas que estaban dentro del templo, pero ellos lo hacen totalmente al revés.

Primero construyen el altar, después echan los cimientos del templo y construyen el templo y por último, la muralla. ¡En qué cabeza cabe!

Todo empezó a cobrar sentido cuando comprendí el sentido espiritual de cada uno de los pasos, veamos: lo primero que construyen es el altar.

El altar

«Entonces se levantaron Jesúa hijo de Josadac y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel hijo de Salatiel y sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios.»

Esdras 3:2

El altar de bronce entraña un montón de tipología muy rica que no tenemos tiempo de estudiar, sólo daré unas pinceladas.

Altar por definición es un lugar alto o de sacrificio, de ahí que Dios se enfada cuando sobre todo en las historias de los Reyes, se nos dice que los lugares altos no fueron derribados.

Se está haciendo referencia a altares que habían sido levantados para otros dioses.

Las primeras alusiones a los altares para dar ofrendas a Dios están en Génesis 4:3, donde se habla de las ofrendas que los hermanos Caín y Abel presentaron ante Dios.

Noé construyó un altar cuando salió del arca y todos los patriarcas hicieron lo propio.

Abraham, Isaac y Jacob. Con Moisés el uso del altar se reguló y se hizo oficial.

El altar de bronce era un rectángulo bastante grande compuesto también por dos cuernos, todo ello de madera de acacia forrado de bronce.

La función de los cuernos era sujetar a las víctimas del sacrificio. También el que necesitaba protección se agarraba a los cuernos del altar y era admitido en las ciudades de refugio.

El que Dios mandó construir a Moisés era de 1,5 m de alto por 2,5 m de lado y el que posteriormente construyó Salomón era de 5 m de alto por 10 m de lado.

No se nos dice cual era el tamaño del altar que se construyó en tiempos de Zorobabel pero presumiblemente era del mismo tamaño que el de Salomón porque fue colocado sobre la misma base.

En el altar se ofrecían las víctimas de los holocaustos y los sacrificios estipulados en la ley y es un tipo espectacular de la cruz y del sacrificio de Cristo.

En el altar se ofrecían sacrificios por los pecados del pueblo, por los cuales se derramaba la sangre de los animales que se sacrificaban y en la cruz, Cristo como sacrificio perfecto, derramó su sangre por nuestros pecados de una vez por todas y abrió un camino directo al padre a través del velo para que tengamos libre acceso a su presencia.

Esta es la única forma en la que se puede empezar la reconstrucción para que la obra llegue a buen término, aceptando el sacrificio de Cristo, dejando nuestros pecados ante el altar y agarrándonos a los cuernos para hallar el oportuno socorro.

No que cuando nos acerquemos a la cruz, Cristo va a ser crucificado, sino que él lo hizo de una vez por todas como sacrificio perfecto al cuál tú te acoges o no.

La mayoría de los que estamos aquí lo hemos hecho, pero si no lo has hecho y quieres reconstruir tu vida, hoy no es tiempo de lamentarse, es día de salvación.

Hoy puedes levantar el altar de Cristo en primer lugar y ser limpio, hoy puedes romper con el pecado que causó el cautiverio y la destrucción. Este es el primer paso.

Hoy por extensión, es el tiempo de que como iglesia nos agarremos a los cuernos del altar y seamos limpiados de todo pecado con la sangre de Cristo.      

Lo segundo que reconstruyeron fueron los cimientos.

Los cimientos

Dos años después, en el mismo capítulo de Esdras, se nos relata cómo fueron echados los cimientos.

Cuando leía este texto me acordaba de un acto que presencié cuando era pequeño.

Tendría yo 10 años cuando vi cómo ponían la primera piedra de la ampliación de la Iglesia a la que posteriormente asistí en Miami.

La Iglesia se había quedado pequeña y decidieron ampliarla, y eso siempre es motivo de alegría.

Allí estaban reunidos casi todos los miembros de la Iglesia.

Los pastores, los ancianos y el obrero que estaba haciendo la obra del que se puede decir que era un verdadero Levita.

Recuerdo que después de varias oraciones se puso la piedra y la congregación allí reunida empezó a cantar y a alabar al Señor y a darle gracias por su fidelidad.

Empezaron a aplaudir y a regocijarse y fue increíblemente especial.

Me imagino que algo parecido debió suceder cuando echaron los cimientos del templo los que habían vuelto de la cautividad.

Cuando fueron conscientes de que aquello que estaba pasando era histórico, de que era una prueba más de la fidelidad del Señor.

A lo largo de la Escritura se nos habla de Cristo como la roca.

Para que una edificación sea firme debe tener un buen cimiento y el mejor de todos es la roca.

En la primera epístola de Pedro 2:4 dice que Cristo es la piedra del ángulo, escogida y preciosa.

La piedra angular es la que soporta todo el peso de la estructura que se construye y es la más importante del edificio.

¿Sobre qué estamos construyendo el templo de nuestra vida?

¿Sobre nuestras aspiraciones?, ¿sobre nuestras metas?, sobre nuestra familia?, ¿sobre nuestros amigos?, ¿sobre las personas a las que amamos?

Todo eso es construir sobre la arena.

La única forma de construir una estructura firme y que permanezca es construir todo lo que hagamos sobre la roca que es Cristo, sobre su palabra, sobre su enseñanza.

Tener sus intereses, sus pasiones. Que todo lo que hagas, lo hagas con el fin de dar la mayor gloria a su nombre.

Si en cada cosa que hacemos, por pequeña que sea, tenemos esto presente, como les dice Pablo a los corintios: «¡si cada cosa que hiciéramos la hiciéramos para la gloria de Dios, que diferente serían nuestras vidas!»

No es hora de lamentarse, es hora de desechar toda vanidad y edificar sobre el cimiento, la piedra angular, la roca que es Cristo.

Recuerdo que mientras vivía en Estados Unidos, decidimos un día unos amigos y yo irnos de excursión.

Fuimos a un parque natural muy chulo donde se puede hacer Kayak por unos canales y se puede acampar en la playa, así que cogimos las tiendas y nos fuimos.

Cuando llegamos al parque, nos dimos un chapuzón en la playa y montamos las tiendas.

Llevábamos tiendas individuales, que a mí me parecen estupendas porque no tienes que aguantar el olor a pies de amigos menos familiarizados con la higiene.

Dónde las montamos no había nadie, pero a nosotros nos pareció estupendo por eso mismo y nada, después de hacer el mono durante toda la tarde nos fuimos a dormir.

Como a las seis de la mañana, me desperté empapado y con todas las cosas que tenía en la tienda mojadas.

La marea creció y se nos mojó todo, el agua entró en las tiendas y las despegó del suelo así que más que tiendas eran lanchas moviéndose como locas.

Yo por lo menos comprendí muy bien la parábola de Mateo 7:24-27, del hombre que edifica su casa sobre la roca y desde luego comprendí porque estaba aquel sitio tan solo.

Hermanos, no es hora de lamentarse, es hora de edificar nuestras vidas y la Iglesia sabiamente, es hora de echar el cimiento que es Cristo.

Lo tercero que construyeron fue la muralla.

La muralla

La muralla o muro se utilizaba para la defensa.

Las ciudades más fuertes se conocían por sus muros, como por ejemplo Jericó.

Los muros estaban compuestos  por un muro inicial y otro secundario entre los cuales se solían construir casas.

Le estuve dando muchas vueltas a esto, al motivo por el cual se habían dejado los muros para lo último en la reconstrucción y encontré dos respuestas:

1. EN LO QUE TIENE QUE VER CON LA RECONSTRUCCIÓN PERSONAL

Nuestra defensa no debe consistir en nuestras capacidades, en las murallas que nosotros en nuestras fuerzas podemos construir.

Estas pueden ser nuestra economía, nuestras familias e incluso nuestros propios mecanismos de defensa, sino que debemos confiar plenamente en la defensa de nuestro Dios, porque nuestras murallas se derriban fácilmente.

Además de esto, las murallas pueden cumplir una doble función: una buena y una mala.

Por un lado, las murallas defienden a las gentes que están dentro pero por otro también las encierran.

No es inusual ver gente, e incluso hermanos atados y encerrados por sus trabajos, por su economía, por sus familias, por las cosas de este mundo y por sus propios razonamientos.

¿Quieres ser verdaderamente libre? Enciérrate en la muralla que es Cristo, en Jehová, que es nuestra torre fuerte, nuestra fortaleza, pero no una fortaleza hecha con manos de hombre, sino con el poder de su Santo Espíritu.

Me di cuenta de que las murallas no se dejaron para el final en realidad, que mientras se estaba construyendo el altar, echando los cimientos y reconstruyendo el templo, simultáneamente se estaba levantando una muralla espiritual contra toda asechanza del enemigo.

En Zacarías 2:5 Jehová les hace una promesa preciosa a los habitantes de Jerusalén:

Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella.

Zacarías 2:5

2. LA IGLESIA, NECESARIAMENTE, DEBE CONSTRUIRSE SIN MURALLAS

Una vez más las murallas impiden la expansión y son ataduras que nosotros nos encargamos de levantar.

Murallas de legalismo, de estructuras, de razones…

De todo lo que viene de parte del hombre que no tiene que ver con la obra poderosa del Espíritu Santo.

Una Iglesia que levanta otra muralla que no sea Jehová mismo, es una iglesia muerta que no se expande y no crece.

Sin embargo, si hay una muralla espiritual que podemos levantar: esta es la unidad.

El secreto del éxito de la reconstrucción, además de que Dios estaba en el asunto, evidentemente, fue la Unidad.

En varias ocasiones se nos dice tanto en Esdras como en Nehemías que todo el pueblo estaba unido y trabajando como un solo hombre.

No hay mayor defensa contra el enemigo que un pueblo unido, agarrado de el altar, cimentado en Cristo.


Oposición

OPOSICIÓN

El domingo pasado escuchamos un mensaje increíble sobre los amigos de Daniel.

Rody nos habló sobre la Fe de Sadra, Mesac y Abed Nego, y sobre su determinación de no arrodillarse ante la estatua de Nabucodonosor.

Nos habló de no inclinarnos a las normas y leyes de este mundo y de lo difícil que es ir contra corriente.

Pero también nos habló de ese Dios en el que creían los amigos de Daniel, que es el mismo en el que creemos nosotros y que no cambia; que nos ha rescatado y nos rescata una y otra vez del horno de fuego.

El domingo pasado se nos habló de las consecuencias de mantenernos firmes ante los dioses de este mundo y no doblar nuestra rodilla.

Cuando lo hacemos, el infierno nos golpea con toda su virulencia.

Me llamó mucho la atención cuando dice que el horno se calentó siete veces más de lo acostumbrado.

Eso quiere decir que el horno estaba normalmente caliente pero que en ese momento se calentó más todavía.

El cristiano, normalmente tiene ataques, luchas y dificultades.

Pero cuando se decide a reconstruir, a restaurar el altar, a cimentar su vida en Cristo y a rehabilitar el templo donde mora la presencia de Dios, el horno se calienta siete veces más de lo acostumbrado.

Esto fue lo que les pasó a Zorobabel, Esdras y Nehemías.

Oposición que enfrentó Zorobabel:

«Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara.»

Esdras 4:4

Oposición que enfrentó Esdras:

«Acabadas estas cosas, los príncipes vinieron a mí, diciendo: El pueblo de Israel y los sacerdotes y levitas no se han separado de los pueblos de las tierras, de los cananeos, heteos, ferezeos, jebuseos, amonitas, moabitas, egipcios y amorreos, y hacen conforme a sus abominaciones.»

Esdras 9:1

«Porque han tomado de las hijas de ellos para sí y para sus hijos, y el linaje santo ha sido mezclado con los pueblos de las tierras; y la mano de los príncipes y de los gobernadores ha sido la primera en cometer este pecado.»

Esdras 9:2

Oposición que enfrentó Nehemías:

«Cuando oyó Sanbalat que nosotros edificábamos el muro, se enojó y se enfureció en gran manera, e hizo escarnio de los judíos.»

Nehemías 4:1

Los tres protagonistas de la vuelta del cautiverio y de la reconstrucción sufrieron los ataques de sus adversarios porque el mayor interesado en que la obra no siguiera adelante era Satanás.

Esta clase de oposición es la que uno tiene que enfrentar cuando se decide a reconstruir y a no doblar su rodilla ante las leyes de este mundo y Nabucodonosor.


Tiempo de levantarse

CONCLUSIÓN

Hemos visto que nos podemos identificar con el Templo y con la ciudad que estaban destruidas, porque somos templo del Espíritu Santo y somos la novia, parte de esa Iglesia a la que Cristo viene a buscar.

Hemos visto que lo que destruyó tanto al templo como a la ciudad fue el cautiverio y el pecado y que muchas veces si nos sentimos derribados y destruidos es porque hay algo que no funciona bien, el pecado nos está cautivando.

Además, hemos visto el proceso de reconstrucción.

Cómo nos ha llamado la atención el orden del mismo.

Hemos visto que lo primero que tenemos que reconstruir es el altar, la cercanía con Dios, el estar en su presencia y que esto sólo se puede hacer a través de la sangre de Cristo.

También hemos visto cuál debe ser el cimiento de todo lo que vayamos a construir en nuestras vidas, cuál es la piedra angular y cuál debe ser nuestro primer objetivo: darle la gloria a Él.

Hemos visto la doble vertiente de la muralla y porqué fue la última cosa en reconstruirse, pero sólo a nuestros ojos.

Hemos visto que nuestra defensa es Dios y que las murallas que nosotros construimos con nuestras manos, con frecuencia sólo sirven para encerrarnos.

Y en último lugar, hemos visto cómo cada vez que uno se decide a comprometerse con el Señor, hay oposición.

¡Hermanos, es hora de Edificar!

¡Es hora de levantarse y reconstruir el templo de nuestras vidas y en unidad, reconstruir los muros de la Iglesia!

¡No es hora de lamentarse, es hora de Edificar!   

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